domingo, 6 de abril de 2014



"Por tenerte cerca la vida entera,
vendería el alma a las tinieblas"

domingo, 28 de febrero de 2010

MANCIÑEIRA

El paso de los años había plateado sus cabellos. Hacía tiempo que no se miraba en otro espejo que no fuera el de las frías aguas del río cercano y en ellas había observado muchas veces la decrepitud de su cuerpo. Un tiempo inexorable que la había marcado físicamente, el mismo que había llenado su vida de golpes que cincelaron su alma. Pocas veces tenía tiempo para pararse a pensar pero hoy era un día distinto, se sentía extrañamente festiva, como si no hubiera nada que hacer ya en este mundo, como si ya lo hubiera hecho todo. Se sentó frente a la lumbre y recorrió su rostro con las manos, como un ciego intenta ver a un ser querido. Su piel frágil y suave se abría en surcos que marcaban cada uno de sus recuerdos, de su saber.

Ella había aprendido como lo había hecho su madre y antes de ella su abuela y mucho antes generaciones y generaciones de mujeres, una tradición oral que se basaba en el conocimiento y adoración de la naturaleza y sus dones. Costumbres politeístas heredaras de pueblos muchos más antiguos que aquellos árboles que la rodeaban, dioses que la proveían de todo lo que necesitaba, a veces irascibles y otras brillantes y calmados. Sobre todos ellos Gaia, Gea, Cibeles, o cómo cada civilización la haya denominado, para ella era la Diosa Madre, la Tierra, su única compañera, su protectora. Como había hecho durante toda su vida, al llegar el solsticio de primavera, acudía a un claro del bosque, donde se reunía con gente afín a sus creencias, quizás era el único momento del año en que se relacionaba con otros congéneres de una manera amable.

Madre Tierra, Diosa Luna y Dios Fuego se homenajeaban por igual durante algunas noches. Los cuerpos se desnudaban al calor del fuego, para poder mantener un contacto más estrecho con la Madre, se lavaban con cuidado para eliminar de ellos cualquier energía que pudiera perjudicarles. Formaban un círculo protector, representación otra vez de su diosa y de los cuatro puntos cardinales. La Luna bañaba con su luz la piel de los presentes y a través de ella su alma que quedaba purificada. Danzaban ritualmente alrededor del fuego, con movimientos que mostraban lo felices que eran por estar al lado de su amada Madre. Liturgias, tantos siglos repetidas, que se mantenían en secreto por la incomprensión de las gentes con las que mal vivían, en el mejor de los casos.

Pocos hombres se habían quedado a su lado, la soledad no siempre se hace entender. Aquellos que habían encontrado el valor de buscarla en sus días o en sus noches, la denostaban al momento siguiente… hacía falta mucho más valor para enfrentarse a sus conjuras morales. Las mujeres la odiaban y la temían al mismo tiempo, tan distinta era, pero también sabían dónde encontrarla cuando se les complicaba el parto de sus vástagos, cuando uno de sus pequeños caía enfermo o cuando, como locas, deseaban a un hombre que no las miraba. Sólo los más pequeños, de aquella sociedad viciada, la miraban a los ojos, sin miedos, sin perjuicios, hasta que sus familias se encargaban de crear en ellos los temores suficientes para que huyeran en su presencia.

Nunca había tenido hijos, fue una decisión íntima y muy pensada. Aquel desierto que era su vida le aplastaba a menudo, pero siempre había pensado que sería la última de su estirpe, no quería que nadie más tuviera que vivir como ella lo había hecho. Por su conocimiento de plantas, sabía cuales matarían las semillas mal plantadas de aquellos a los que había poseído. Necios que pensaban tomar de ella algo único, como ladrones nocturnos, pero que en realidad caían en sus redes como moscas en una gota de miel. Hubiera podido manipular sus frágiles voluntades a su completo antojo, pero ¿para qué? ¿Con qué fin? Por eso tomaba de ellos sólo lo justo y ofrecía lo deseado por cada cual en pequeñas dosis, de tal manera que saciara sin cautivar. A fin de cuentas, su bien más preciado era su libre albedrío y éste tenía un precio alto, la soledad.

jueves, 5 de noviembre de 2009

SIGO PENSANDO

Mi pueblo me quiere, creo que ellos se sienten identificados conmigo, tal es su vida austera y triste, en una Castilla infecta de enfermedades y hambre, tras este maldito y largo tiempo de sequía. Hartos están ya los pobres de conflictos políticos y “nobles” intereses de poder... cansados de luchar contra las epidemias, sin nada que comer, mientras unos y otros intentan llevarles a su terreno, manipulándoles a su antojo, desposeyéndoles de lo poco que ya tienen y hundiéndoles aún más en la miseria.

Es curioso, mi padre también me amaba… o eso creía yo, que le adoro, pero cuantas más muestras de apoyo recibo de mis siervos, en tan duros momentos, más aflora el miedo en sus actos. Las batallas entre él y mi ahora enfermo esposo me resultan cruentas. Jamás pensé que tuviera que mediar entre ellos, jamás pensé que tuviera que “aclarar” a mi padre cual era la situación del reino, cosa que en mi difunta madre no me habría sorprendido.

Tan parecida me encontraba ella a mi abuela que creo que jamás dudó de mi locura. Nunca me vió desde un prisma, ya no digo maternal, simplemente femenino. ¿Acaso ella no fue mujer? ¿Acaso nunca padeció de amor? ¿Sabría la Reina lo que era amar? Pero a mis oídos, como a los suyos, también llegan rumores (malditas lenguas) que hablan de amor, de celos, de lágrimas sin consuelo, de noches sin sueño, de celos y de locura por un hombre… mi padre. Yo sigo creyendo que su primordial afecto era a su reino, que no sus siervos, muy por encima de ella misma… ¿Qué podrían esperar sus hijos?

Pero lo de “estos dos”… uno, ya hace tiempo que busca mi incapacitación, mi “querido” padre. El otro… mi “amadísimo” esposo, he sabido recientemente, pretendía encerrarme. Tan pequeña le resulta la Corona de Castilla que no ha de compartirla con nadie, sólo su enfermedad ha frenado sus pretensiones. Las conjuras a las que me veo sometida, por ambas partes, las mentiras y agresiones, empiezan a fijar en mí una repulsión infinita a la toma de cualquier decisión política, no quiero convertirme en un perro rabioso, sediento de poder a cualquier precio. Sé que eso facilita su trabajo de cara a las Cortes, sé que no estoy ayudando mucho a mis, ya pocos, defensores, pero a veces el sufrimiento es tan profundo que no me deja ver más allá de él y me envuelve en su burbuja enajenándolo todo. El que conozca de cerca a este personaje de tristeza y destrucción, sabrá bien de qué estoy hablando.

A veces, sí es verdad, tengo la necesidad de poner las cosas en su sitio, muy a pesar del cansancio que me vence… ¿Flaqueo por amor? Bien sé que mi esposo no es el Rey que necesitan mis súbditos, no conoce sus costumbres, no respeta su cultura, sus gentes le parecen simples y beatos. Un extranjero libertino, déspota e inculto, que no ve en Castilla más que una fuente de ingresos para las arcas de su linaje, no del mío. Pero sus pretensiones son legítimas, pues es el esposo de la Reina de Castilla. Lo cierto es que haría cualquier cosa por retenerlo a mi lado… cualquier cosa… compartir mi trono, aunque él se empeñe una y otra vez en demostrar mi demencia… aún en contra de los intereses de la Corona y de los deseos de mi padre.

martes, 16 de junio de 2009

MIÑA TERRA


Pertenezco a una tierra llena de ancianas montañas, erosionadas por el paso de los siglos.
De prados verdes y valles húmedos sombríos.
De cielos grises con olor a eucalipto y musgo.
De pequeños caminos hacia ninguna parte, techados de antiguos árboles.
De bosques de helechos desordenados y tojos hirientes.
De aguas bravas y frías contra una costa escarpada que se alza erguida y solemne.
De ríos tranquilos que inspiran poetas.
De piedra mojada brillante y pulida.
De vinos que alegran el alma y calientan los cuerpos.
De antiguas leyendas que turban los sueños.
De frescas brisas, cálidas pasiones y amores eternos.
De hombres robustos que suspiran de añoranzas y anhelos.
De mujeres dulces, bravas y fuertes.
De palabras bailarinas con esencias únicas.
De signos milenarios que adoran la tierra.
De suelos breves y oscuros, llenos de vida.
De ancestros remotos que guían tus pasos.
De costumbres y pasados.
De historia, honores y lealtades.
De música que rasga la noche, con ritmos rústicos de panderetas y gaitas.
De lunas llenas rotas por ramas…
…Una tierra. Dos mares…

sábado, 13 de junio de 2009

FIN DEL VIAJE


Desorientada, asustada y nerviosa, muy nerviosa. No sabía donde estaba, ni que hacía en aquel lugar tan oscuro, aunque no estaba segura si era el sitio o sus ojos que no se abrían. El hecho de no poder ver le transmitía la sensación de estar al borde del abismo, un paso más y ¡zas! caería. Intentó moverse pero sus miembros parecían no responder a aquel cerebro, que comenzaba a galopar a su libre albedrío. No sentía dolor ¿qué estaba pasando? Sintió que algo tibio recorría su rostro, intentó tocarse la cara pero la misma nula respuesta que hacía un instante de sus manos, la llenó de temores. La incomprensión hizo que su respiración se acelerara al mismo tiempo que su ritmo cardíaco, lo notaba en su cuello palpitante, pero ¿qué estaba pasando más abajo? ¿Por qué el mundo se reducía a su cabeza?

Estaba híper ventilando, conocía los síntomas y trató de racionalizar la situación, de analizar los detalles… Nada, una “nada” tan grande, silencioso y pesado que hizo aumentar su tensión. Sus ojos y oídos no podían darle ninguna pista del lugar dónde se encontraba… bien, bien… ¿qué puedo oler? Intentó analizar los olores que aquella acelerada respiración le traía. Céntrate, pensó, la histeria no te va a ayudar en absoluto. Olía a carburante, igual que cuando solía repostar su coche, aquel olor le trajo a la mente un recuerdo rápido de una gasolinera. “Me pone 30 € de diesel al dispensador número 4, por favor” y luego ¿qué? ¿Qué más pasó? No recordaba nada, no entendía nada.

Una pregunta que cruzó su mente como un rayo, al mismo tiempo que colocaba las piezas de sus recuerdos y ordenaba el puzzle. El viaje estaba llegando a su fin, había repostado a pocos kilómetros de Madrid, se había tomado un café bastante cargado en la misma gasolinera, había ido al cuarto de baño y se había mojado cara, nuca y muñecas. Pronto llegaría al hotel, pero el cansancio de tantos kilómetros recorridos empezaba a dejar su huella. Normalmente no habría salido tan rápido pero aquel trabajo era especial, debía estar muy temprano en la reunión y pasar la noche en destino era la única opción. Cogió el coche después de recibir las últimas instrucciones de su jefe, comer algo y preparar una maleta, que casi siempre estaba a medio hacer.

El reloj del salpicadero marcaba 00:45 horas la última vez que echó un vistazo. Recorría la M-30, extrañamente desierta, ya con prisa por llegar a la cama de aquel Hotel qué había reservado su empresa. No tenía hambre, pero se sentía realmente cansada, había momentos en los que la música sonaba como un simple murmullo pero ya estaba llegando, sólo un poco más… y se despertó en aquel lugar, en aquella situación que no sabía muy bien cómo valorar.

De repente sintió frío y una soledad enorme en aquel mundo tan reducido. Un nuevo intento de moverse la trajo a la intrigante realidad y a las preguntas, pero algo nuevo la sorprendió. Empezó a oir una especie de murmullos que se acercaban, algo de sonido tamizado… de pronto el sonido era claro… -¡Madre mía! ¿Qué es esto?-, escuchó de una voz aguda y femenina, -¿Has llamado al 112? ¿Cuándo te han dicho que llegarán?-

Una mano tocó levemente su cuello, apenas con dos dedos. -¡Está viva!-, escuchó, -¡Viva, gracias a Dios!-. Y por primera vez fue consciente de ser la protagonista de una historia, que no le gustaría estar viviendo, pero que quizá tuviera un final feliz. Aquella mano amigable recorría ahora su rostro. Le apartó suavemente el pelo, abriéndose paso para situarse en su frente. Y aquella voz, con un tono de consuelo infinito, dijo: -No te preocupes, pronto vendrán a ayudarnos. No estás sola, cielo, todo va a salir bien.-

viernes, 27 de febrero de 2009

El Castro




Aquella luna era mágica, tan grande y blanca, parecía querer romper en el cielo negro de mi tierra convirtiéndose en mil pequeñas estrellas que lo iluminarían todo. No podía dejar de mirarla, me atraía tanto que ni la presencia de él podía distraer mi mirada absorta. Asomando entre los eucaliptos cerrados y oscuros de aquel bosque inanimado aparentemente, jugando al escondite conmigo, provocándome, gestionando mil recuerdos de leyendas antiguas que hablaban de Santas Compañas, hombres lobos y meigas. Acompañada por otros mil sentidos distintos, olores a un océano próximo, al verde húmedo de los helechos, el calor de una mano amiga en la tuya en contraste con la suave y fresca brisa nocturna, que movía los árboles, el sonido de la tierra que se estremecía con cada uno de nuestros pasos, mientras nos adentrábamos en aquel laberinto oscuro.

Me sentía tan pequeña en aquel sitio, tan desprotegida que apreté con más fuerza su mano, como si aquel acto pudiera salvarme de cualquier mal. No tengas miedo, me dijo, quiero que veas una cosa. Sí, un miedo irracional se apoderaba de mi mente con cada paso que dábamos, pero la fascinación que inundó mi alma desde el mismo momento que baje del coche, podía más que él, dejándome avanzar por el camino.

Subimos una pequeña pendiente de arena húmeda, hasta lo que parecía un claro en el bosque, allí la luna no tenía donde esconderse y su luz nos dejaba ver algo más de lo que nos rodeaba. Una pequeña explanada semicircular, a un lado la masa arbórea que habíamos cruzado, al otro un escarpado acantilado y luego el mar. Restos de muros hechos de piedras de distintos tamaños y formas, en plantas circulares, pequeñas, semiexcavadas en el suelo, formaban lo que en otra época debió ser un asentamiento de alguna tribu. Me dijiste que nunca habías visto un castro celta, pues aquí tienes uno, comentó Iago, mientras mostraba una amplia sonrisa de satisfacción y orgullo, en la única vez que le miré a la cara durante aquella excursión… casi me había olvidado de él.

Un castro celta, repetí mentalmente mientras me soltaba de mi amigo y corría hacia los restos de la casa más cercana. Entré por donde en su día seguro había habido una puerta de madera que ahora alimentaba el suelo. A mi paso acariciaba las piedras de los muros y pensaba quienes podrían haber vivido en aquel lugar, quienes serían sus constructores, cómo podían ser físicamente, qué dioses adoraban, qué pensaban al despertar cada mañana en un lugar tan bello, cómo sería sus vidas, sus trabajos, sus comidas y cómo fue su final. Tocaba aquel granito como si él pudiera darme las respuestas, trasladarme a otra época y dejarme ver qué sucedió en ella. En teoría conocía bien aquella cultura, la había estudiado durante mucho tiempo… pero quería sentirla, tocarla, verla y aquello sería lo más cerca que estaría nunca de saciar mi curiosidad, por eso necesitaba empaparme de aquello y recorrí cada una de las casas, intentando ver todo, tocar todo, oler todo…

Cuando por fin me di por satisfecha alcé la vista hacia Iago, no hacía falta decir nada más, él sabía lo que sentía, lo que pensaba, había estado observando cada reacción, cada movimiento, cada mirada. Se acercó hasta donde estaba, lentamente como siguiendo un ritual, no quería romper el encanto provocado por aquel momento. Cuando la luz de la noche me lo permitió, puede comprobar que continuaba con aquella misteriosa sonrisa que me decía, lo sabía… sabía lo que harías… sabía lo que pensarías… sabía lo que sentirías… Cuando le tuve a mi lado, no sin esfuerzo, me colgué de su cuello y le abracé con todas la fuerza de la que era capaz durante no sé cuanto tiempo… ¡de nada! Susurró en mi oído.

domingo, 8 de febrero de 2009

Verano de 1513


Me he tomado la licencia de escribir los pensamientos que yo creo pudieran haber tenido, en momentos determinados de sus vidas, dos grandes reinas, hermanas. Por supuesto no dejan de ser mis pensamientos, puestos en sus cabezas. En absoluto son hechos históricos probados y no pretende ser un documento con carácter histórico o biográfico. Se trata de mis reflexiones más personales en momentos determinados de la historia.

En el caso de Juana tomé la idea de un texto que leí hace mucho tiempo, por desgracia no recuerdo el nombre del autor. Él barajaba la idea de que la huida de Juana a Granada no era la de una mujer loca, si no la de una reina en busca de aliados. Para los pensamientos de Catalina, de la que reconozco conocer bastante menos, me he basado en los hechos escritos por Garret Mattingly, acerca de la biografía de ésta. Para mi la historia no es una ciencia exacta, máxime cuando siempre ha sido escrita por y para el hombre.

…Llegadas noticias de Tweeds, Jacobo ha entrado con sus tropas en Inglaterra, no cabía otra acción dado sus compromisos políticos con los franceses pero ¿dónde queda el tratado firmado con Inglaterra? Por otra parte era lógico, ¿no? Los escoceses siempre han aprovechado la ausencia del Rey de Inglaterra para intentar conquistar territorios, estando mi marido en Francia, ¿qué otra cosa podía esperar? Él pecó de ingenuidad al pensar que su cuñado lo respetaría, yo misma le convencí de que el Conde y yo podríamos controlar la situación en el caso de que Jacobo tomara esta iniciativa. Tampoco hubiera esperado más su sed de conquistas, de poco me hubiera valido haber intentado otra cosa, haber intentado que no cruzara el estrecho en este preciso momento. Lo único que puedo hacer sobre este particular: procurar que le acompañe el mejor médico de la corte, rezar a nuestro Señor por su bienestar, que disponga siempre de comodidad en el viaje e intentar que se cuide lo más posible dadas las circunstancias. Cada día es más pesado lograr que permanezca a mi lado. Esa batalla empiezo a darla por perdida…

Tengo miedo por él, su entrega en combate, su ausencia de miedo, creo que piensa que se trata de un simple torneo, que no es consciente de que no se trata de un juego más con el que divertirse. Es tan apasionado en la lucha y se entrega tanto que temo que su fuerte naturaleza le traicione y caiga enfermo. Escribo continuamente a Wolsey pidiéndole que cuide de él, quizá en demasía, pero no sé a quien más acudir, estando Enrique tan absorto en el fragor de la batalla.

Ahora he de darme prisa, no tengo tiempo para pensar en mi misma, ya abordaré mis preocupaciones personales más adelante. Surrey está reclutando tropas, he llamado al Consejo y al ejército reservista, mis damas bordan y preparan blasones y estandartes, hemos de ser rápidos, los escoceses no esperarán amablemente a que nos preparemos. Tengo que defender a mi pueblo en ausencia de su Rey y no crear más preocupaciones que distraigan a mi esposo de su objetivo. No he de ser yo la causa de cualquier error que le reste seguridad a mi bien amado.

Catalina mantén la cabeza fría, me digo cada día, he de pensar, he de concentrarme, no puedo permitir que el pánico se apodere de mí como ya lo ha hecho de Ruthall. Primordial la defensa de Londres, por Dios, ¿qué voy a hacer a ese respecto?. Desde el frente llegan noticias contradictorias acerca del número de hombres que componen el ejército enemigo, parte del mío ha de quedarse defendiendo esta plaza… por si algo sale mal… Dios no lo quiera…