Desorientada, asustada y nerviosa, muy nerviosa. No sabía donde estaba, ni que hacía en aquel lugar tan oscuro, aunque no estaba segura si era el sitio o sus ojos que no se abrían. El hecho de no poder ver le transmitía la sensación de estar al borde del abismo, un paso más y ¡zas! caería. Intentó moverse pero sus miembros parecían no responder a aquel cerebro, que comenzaba a galopar a su libre albedrío. No sentía dolor ¿qué estaba pasando? Sintió que algo tibio recorría su rostro, intentó tocarse la cara pero la misma nula respuesta que hacía un instante de sus manos, la llenó de temores. La incomprensión hizo que su respiración se acelerara al mismo tiempo que su ritmo cardíaco, lo notaba en su cuello palpitante, pero ¿qué estaba pasando más abajo? ¿Por qué el mundo se reducía a su cabeza?
Estaba híper ventilando, conocía los síntomas y trató de racionalizar la situación, de analizar los detalles… Nada, una “nada” tan grande, silencioso y pesado que hizo aumentar su tensión. Sus ojos y oídos no podían darle ninguna pista del lugar dónde se encontraba… bien, bien… ¿qué puedo oler? Intentó analizar los olores que aquella acelerada respiración le traía. Céntrate, pensó, la histeria no te va a ayudar en absoluto. Olía a carburante, igual que cuando solía repostar su coche, aquel olor le trajo a la mente un recuerdo rápido de una gasolinera. “Me pone 30 € de diesel al dispensador número 4, por favor” y luego ¿qué? ¿Qué más pasó? No recordaba nada, no entendía nada.
Una pregunta que cruzó su mente como un rayo, al mismo tiempo que colocaba las piezas de sus recuerdos y ordenaba el puzzle. El viaje estaba llegando a su fin, había repostado a pocos kilómetros de Madrid, se había tomado un café bastante cargado en la misma gasolinera, había ido al cuarto de baño y se había mojado cara, nuca y muñecas. Pronto llegaría al hotel, pero el cansancio de tantos kilómetros recorridos empezaba a dejar su huella. Normalmente no habría salido tan rápido pero aquel trabajo era especial, debía estar muy temprano en la reunión y pasar la noche en destino era la única opción. Cogió el coche después de recibir las últimas instrucciones de su jefe, comer algo y preparar una maleta, que casi siempre estaba a medio hacer.
El reloj del salpicadero marcaba 00:45 horas la última vez que echó un vistazo. Recorría la M-30, extrañamente desierta, ya con prisa por llegar a la cama de aquel Hotel qué había reservado su empresa. No tenía hambre, pero se sentía realmente cansada, había momentos en los que la música sonaba como un simple murmullo pero ya estaba llegando, sólo un poco más… y se despertó en aquel lugar, en aquella situación que no sabía muy bien cómo valorar.
De repente sintió frío y una soledad enorme en aquel mundo tan reducido. Un nuevo intento de moverse la trajo a la intrigante realidad y a las preguntas, pero algo nuevo la sorprendió. Empezó a oir una especie de murmullos que se acercaban, algo de sonido tamizado… de pronto el sonido era claro… -¡Madre mía! ¿Qué es esto?-, escuchó de una voz aguda y femenina, -¿Has llamado al 112? ¿Cuándo te han dicho que llegarán?-
Una mano tocó levemente su cuello, apenas con dos dedos. -¡Está viva!-, escuchó, -¡Viva, gracias a Dios!-. Y por primera vez fue consciente de ser la protagonista de una historia, que no le gustaría estar viviendo, pero que quizá tuviera un final feliz. Aquella mano amigable recorría ahora su rostro. Le apartó suavemente el pelo, abriéndose paso para situarse en su frente. Y aquella voz, con un tono de consuelo infinito, dijo: -No te preocupes, pronto vendrán a ayudarnos. No estás sola, cielo, todo va a salir bien.-
Estaba híper ventilando, conocía los síntomas y trató de racionalizar la situación, de analizar los detalles… Nada, una “nada” tan grande, silencioso y pesado que hizo aumentar su tensión. Sus ojos y oídos no podían darle ninguna pista del lugar dónde se encontraba… bien, bien… ¿qué puedo oler? Intentó analizar los olores que aquella acelerada respiración le traía. Céntrate, pensó, la histeria no te va a ayudar en absoluto. Olía a carburante, igual que cuando solía repostar su coche, aquel olor le trajo a la mente un recuerdo rápido de una gasolinera. “Me pone 30 € de diesel al dispensador número 4, por favor” y luego ¿qué? ¿Qué más pasó? No recordaba nada, no entendía nada.
Una pregunta que cruzó su mente como un rayo, al mismo tiempo que colocaba las piezas de sus recuerdos y ordenaba el puzzle. El viaje estaba llegando a su fin, había repostado a pocos kilómetros de Madrid, se había tomado un café bastante cargado en la misma gasolinera, había ido al cuarto de baño y se había mojado cara, nuca y muñecas. Pronto llegaría al hotel, pero el cansancio de tantos kilómetros recorridos empezaba a dejar su huella. Normalmente no habría salido tan rápido pero aquel trabajo era especial, debía estar muy temprano en la reunión y pasar la noche en destino era la única opción. Cogió el coche después de recibir las últimas instrucciones de su jefe, comer algo y preparar una maleta, que casi siempre estaba a medio hacer.
El reloj del salpicadero marcaba 00:45 horas la última vez que echó un vistazo. Recorría la M-30, extrañamente desierta, ya con prisa por llegar a la cama de aquel Hotel qué había reservado su empresa. No tenía hambre, pero se sentía realmente cansada, había momentos en los que la música sonaba como un simple murmullo pero ya estaba llegando, sólo un poco más… y se despertó en aquel lugar, en aquella situación que no sabía muy bien cómo valorar.
De repente sintió frío y una soledad enorme en aquel mundo tan reducido. Un nuevo intento de moverse la trajo a la intrigante realidad y a las preguntas, pero algo nuevo la sorprendió. Empezó a oir una especie de murmullos que se acercaban, algo de sonido tamizado… de pronto el sonido era claro… -¡Madre mía! ¿Qué es esto?-, escuchó de una voz aguda y femenina, -¿Has llamado al 112? ¿Cuándo te han dicho que llegarán?-
Una mano tocó levemente su cuello, apenas con dos dedos. -¡Está viva!-, escuchó, -¡Viva, gracias a Dios!-. Y por primera vez fue consciente de ser la protagonista de una historia, que no le gustaría estar viviendo, pero que quizá tuviera un final feliz. Aquella mano amigable recorría ahora su rostro. Le apartó suavemente el pelo, abriéndose paso para situarse en su frente. Y aquella voz, con un tono de consuelo infinito, dijo: -No te preocupes, pronto vendrán a ayudarnos. No estás sola, cielo, todo va a salir bien.-
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