viernes, 27 de febrero de 2009

El Castro




Aquella luna era mágica, tan grande y blanca, parecía querer romper en el cielo negro de mi tierra convirtiéndose en mil pequeñas estrellas que lo iluminarían todo. No podía dejar de mirarla, me atraía tanto que ni la presencia de él podía distraer mi mirada absorta. Asomando entre los eucaliptos cerrados y oscuros de aquel bosque inanimado aparentemente, jugando al escondite conmigo, provocándome, gestionando mil recuerdos de leyendas antiguas que hablaban de Santas Compañas, hombres lobos y meigas. Acompañada por otros mil sentidos distintos, olores a un océano próximo, al verde húmedo de los helechos, el calor de una mano amiga en la tuya en contraste con la suave y fresca brisa nocturna, que movía los árboles, el sonido de la tierra que se estremecía con cada uno de nuestros pasos, mientras nos adentrábamos en aquel laberinto oscuro.

Me sentía tan pequeña en aquel sitio, tan desprotegida que apreté con más fuerza su mano, como si aquel acto pudiera salvarme de cualquier mal. No tengas miedo, me dijo, quiero que veas una cosa. Sí, un miedo irracional se apoderaba de mi mente con cada paso que dábamos, pero la fascinación que inundó mi alma desde el mismo momento que baje del coche, podía más que él, dejándome avanzar por el camino.

Subimos una pequeña pendiente de arena húmeda, hasta lo que parecía un claro en el bosque, allí la luna no tenía donde esconderse y su luz nos dejaba ver algo más de lo que nos rodeaba. Una pequeña explanada semicircular, a un lado la masa arbórea que habíamos cruzado, al otro un escarpado acantilado y luego el mar. Restos de muros hechos de piedras de distintos tamaños y formas, en plantas circulares, pequeñas, semiexcavadas en el suelo, formaban lo que en otra época debió ser un asentamiento de alguna tribu. Me dijiste que nunca habías visto un castro celta, pues aquí tienes uno, comentó Iago, mientras mostraba una amplia sonrisa de satisfacción y orgullo, en la única vez que le miré a la cara durante aquella excursión… casi me había olvidado de él.

Un castro celta, repetí mentalmente mientras me soltaba de mi amigo y corría hacia los restos de la casa más cercana. Entré por donde en su día seguro había habido una puerta de madera que ahora alimentaba el suelo. A mi paso acariciaba las piedras de los muros y pensaba quienes podrían haber vivido en aquel lugar, quienes serían sus constructores, cómo podían ser físicamente, qué dioses adoraban, qué pensaban al despertar cada mañana en un lugar tan bello, cómo sería sus vidas, sus trabajos, sus comidas y cómo fue su final. Tocaba aquel granito como si él pudiera darme las respuestas, trasladarme a otra época y dejarme ver qué sucedió en ella. En teoría conocía bien aquella cultura, la había estudiado durante mucho tiempo… pero quería sentirla, tocarla, verla y aquello sería lo más cerca que estaría nunca de saciar mi curiosidad, por eso necesitaba empaparme de aquello y recorrí cada una de las casas, intentando ver todo, tocar todo, oler todo…

Cuando por fin me di por satisfecha alcé la vista hacia Iago, no hacía falta decir nada más, él sabía lo que sentía, lo que pensaba, había estado observando cada reacción, cada movimiento, cada mirada. Se acercó hasta donde estaba, lentamente como siguiendo un ritual, no quería romper el encanto provocado por aquel momento. Cuando la luz de la noche me lo permitió, puede comprobar que continuaba con aquella misteriosa sonrisa que me decía, lo sabía… sabía lo que harías… sabía lo que pensarías… sabía lo que sentirías… Cuando le tuve a mi lado, no sin esfuerzo, me colgué de su cuello y le abracé con todas la fuerza de la que era capaz durante no sé cuanto tiempo… ¡de nada! Susurró en mi oído.

domingo, 8 de febrero de 2009

Verano de 1513


Me he tomado la licencia de escribir los pensamientos que yo creo pudieran haber tenido, en momentos determinados de sus vidas, dos grandes reinas, hermanas. Por supuesto no dejan de ser mis pensamientos, puestos en sus cabezas. En absoluto son hechos históricos probados y no pretende ser un documento con carácter histórico o biográfico. Se trata de mis reflexiones más personales en momentos determinados de la historia.

En el caso de Juana tomé la idea de un texto que leí hace mucho tiempo, por desgracia no recuerdo el nombre del autor. Él barajaba la idea de que la huida de Juana a Granada no era la de una mujer loca, si no la de una reina en busca de aliados. Para los pensamientos de Catalina, de la que reconozco conocer bastante menos, me he basado en los hechos escritos por Garret Mattingly, acerca de la biografía de ésta. Para mi la historia no es una ciencia exacta, máxime cuando siempre ha sido escrita por y para el hombre.

…Llegadas noticias de Tweeds, Jacobo ha entrado con sus tropas en Inglaterra, no cabía otra acción dado sus compromisos políticos con los franceses pero ¿dónde queda el tratado firmado con Inglaterra? Por otra parte era lógico, ¿no? Los escoceses siempre han aprovechado la ausencia del Rey de Inglaterra para intentar conquistar territorios, estando mi marido en Francia, ¿qué otra cosa podía esperar? Él pecó de ingenuidad al pensar que su cuñado lo respetaría, yo misma le convencí de que el Conde y yo podríamos controlar la situación en el caso de que Jacobo tomara esta iniciativa. Tampoco hubiera esperado más su sed de conquistas, de poco me hubiera valido haber intentado otra cosa, haber intentado que no cruzara el estrecho en este preciso momento. Lo único que puedo hacer sobre este particular: procurar que le acompañe el mejor médico de la corte, rezar a nuestro Señor por su bienestar, que disponga siempre de comodidad en el viaje e intentar que se cuide lo más posible dadas las circunstancias. Cada día es más pesado lograr que permanezca a mi lado. Esa batalla empiezo a darla por perdida…

Tengo miedo por él, su entrega en combate, su ausencia de miedo, creo que piensa que se trata de un simple torneo, que no es consciente de que no se trata de un juego más con el que divertirse. Es tan apasionado en la lucha y se entrega tanto que temo que su fuerte naturaleza le traicione y caiga enfermo. Escribo continuamente a Wolsey pidiéndole que cuide de él, quizá en demasía, pero no sé a quien más acudir, estando Enrique tan absorto en el fragor de la batalla.

Ahora he de darme prisa, no tengo tiempo para pensar en mi misma, ya abordaré mis preocupaciones personales más adelante. Surrey está reclutando tropas, he llamado al Consejo y al ejército reservista, mis damas bordan y preparan blasones y estandartes, hemos de ser rápidos, los escoceses no esperarán amablemente a que nos preparemos. Tengo que defender a mi pueblo en ausencia de su Rey y no crear más preocupaciones que distraigan a mi esposo de su objetivo. No he de ser yo la causa de cualquier error que le reste seguridad a mi bien amado.

Catalina mantén la cabeza fría, me digo cada día, he de pensar, he de concentrarme, no puedo permitir que el pánico se apodere de mí como ya lo ha hecho de Ruthall. Primordial la defensa de Londres, por Dios, ¿qué voy a hacer a ese respecto?. Desde el frente llegan noticias contradictorias acerca del número de hombres que componen el ejército enemigo, parte del mío ha de quedarse defendiendo esta plaza… por si algo sale mal… Dios no lo quiera…

viernes, 6 de febrero de 2009

La noche en la cripta


…. Y allí yace mi amado, el hombre que dio sentido a mi vida y el que me hundió en la más oscura de las tinieblas. Frío, no tiene sentido, el más ardiente de los amantes, el padre de mis hijos, los mismos que ahora persiguen quitarme algo que yo nunca he querido. A nadie le importa lo que siento, velar su sueño, ahora que es sólo mío, por fin, sólo mío un cuerpo vacío. No encuentro consuelo, mi amor, a este dolor que desgarra mi alma como afilado cuchillo.

Si amar es locura, bienvenida sea ésta a mi vida. Un amor tan grande que lo llena todo, convirtiendo en sólo fiel amante a la que tenía que ser madre y reina. Fue la pasión de la primera mirada la que nos unió en una espiral de desenfrenados sentimientos y despropósitos. Mi obligación para con mi pueblo, mi rango, mi familia, mi linaje, no tardó más que un instante en convertirse en el más dulce de los placeres y en el más terrible de los castigos. ¿Amor mío por qué me sustituiste tan rápido entre tus brazos? Yo Reina de Castilla y única heredera de los reinos de Aragón, León, Navarra, Granada, Valencia, Galicia, Murcia, Sevilla, Jaén, Toledo, Algeciras, los Algarbes y Jerusalén; el condado de Barcelona; los señoríos de Molina, Vizcaya y Álava; los ducados de Atenas y Neopatria; heredera de las plazas del Norte de África y las inmensas Indias… te lo hubiera dado todo por una sola mirada tuya, todo lo que ahora mi padre me arrebata, lo único que tú deseabas más que a tu vida.

Los hombres, esos que han regido mi triste sino, mi padre, mi esposo, mis hijos, mis validos, aquellos a los que he dado tanto, nunca han entendido. Obediencia debida, amor incondicional, pasión infinita, sacrificio, celos… locura… sí, sentencian los nobles, la Reina está loca, malditos traidores, cobardes. ¡Cuántos locos somos en éste mi reino, pues mi pueblo me ama y el amor es locura!… Quedad con Dios señores, la Reina loca os saluda. En este féretro cerrado, bajo la llave que llevo colgada al cuello, va la historia obrada a sangre y fuego por mis ancestros…todo el peso del mundo, todo el dolor surgido, cerrado con una pequeña llave…

Ultrajada ya mi memoria, arruinada mi vida y con un hijo en mis entrañas que lucha por seguir vivo, partí de Burgos hace ya días, de noche, por los campos de Castilla. Tengo que llegar a Granada dónde me esperan los nobles de Andalucía, los únicos que pueden detener ya mi desdicha y la codicia de Don Fernando, los únicos que pueden hacer que mi desesperada huida cobre sentido y no siga formando parte de la leyenda de ésta triste mujer que no deja de pensar, que no deja de soñar, con un lugar seguro, donde descansar su cuerpo y su alma. Un lugar donde los hombres que me han traicionado no puedan llegar, donde las mujeres que le han amado no puedan entrar, donde el terror desaparezca, donde las palabras ya no hieran, donde poder empezar un nuevo camino, un nuevo destino.

¡Dios mío, ayúdame! Algo me dice que no llegaré a mi plaza, la única segura para mí, mi camino es largo y pesado, parece que no tuviera fin. Mi pobre hijo se mueve en mi vientre, dándome señal de que pronto verá la primera luz del sol y con él mi paso se detendrá… él me alcanzará… y yo obedeceré, como siempre hizo ésta que tanto te amó, Juana I de Castilla.